Quisiera añadir uno más... Sí, me refiero al tema que hemos venido tratando aquí sobre los pensamientos irracionales y su impacto en la relación de pareja. Y digo uno más con la conciencia de que éste, del cual queremos hablar ahora, no puede quedar fuera. Es quizás uno de los pensamientos más traicioneros pues compromete, no sólo nuestra felicidad, si no también nuestra libertad.
Dime tú, que lees esto, ¿no te has visto tentado(a), al menos en una ocasión (o posiblemente muchas) de culpar a tu esposo(a) por algún sufrimiento experimentado? ¡Ahhhh! Me refiero a esos pocos o muchos momentos en que toda tu alegría ha ido a parar al suelo porque tu esposo(a) hizo algo que te hirió. No recuerdo exactamente el origen de la siguiente frase (creo que se le atribuye a Eleonor Roosvelt) tan pertinente a lo que aquí decimos: “nadie puede herirte sin tu consentimiento”. No obstante, ¡con cuanta frecuencia consientes en sentirte dañado, dolido, sufrido o vejado por una actitud, comentario o gesto de tu esposo(a)!
Aquí no me refiero a lo que podemos considerar daños reales y de magnitud, como lo pueden ser una infidelidad o agresión seria. Sí me refiero a esas muchas veces en que una diferencia, una “mala costumbre”, un límite o una manera de actuar de mi esposo(a) me es intolerable y le he puesto ya la marca de insoportable. Con demasiada frecuencia culpabilizamos y convertimos una diferencia o incomodidad en una condición intolerable. El peligro aquí radica en que, por esta costumbre de culpabilizar al cónyuge, voy añadiendo desazón y tensión a la relación. Con sinceridad respóndete, ¿es realmente culpable tu cónyuge de tu intolerancia a los errores? O por otro lado, ¿cuán culpable realmente es él(ella) de sus debilidades o límites personales? ¿De momento se te han olvidado todos aquellos límites que conociste durante el noviazgo y que juraste superar? ¿Por qué hoy aparecen como elementos causantes de tu infelicidad?
¿De verdad piensas que por culpa de sus padres tu esposo(a) es como es y no tiene remedio? Quizás le has dado demasiado poder a ese rasgo de su persona como para que sea razón de tu indignación descontrolada. Que haya llegado a la casa habiendo comprado algo de alto costo sin haberlo consultado contigo no es bueno... ¿pero le adjudicas una culpabilidad capaz de arrancarte la alegría y la posibilidad de solucionar el asunto? Normalmente la culpa nos ciega y hace que veamos todo mucho más grande de lo que realmente es.
Su temperamento encerrado, su no querer acompañarte a tus actividades, su desapego a los asuntos de los hijos: ¿de verdad que son motivos como para culparle de tu infelicidad y por consiguiente, razón como para desear terminar una relación? Me parece que en gran medida este pensamiento irracional que nos lleva a culpabilizar a el(la) otro(a) es una trampa que captura lo mejor de nuestras energías mentales y emocionales que, por consecuencia, no pueden ser utilizadas para buscar una solución. ¡No te permitas entrar en esos callejones sin salida que surgen cuando culpas a tu cónyuge y te pones en posición de víctima!
Te invito a que reflexiones sobre qué realmente has ganado cada vez que te ves como víctima y a tu cónyuge como culpable ante una situación determinada. Recuerda, nadie puede herirte sin tu consentimiento. Si una serpiente mortalmente venenosa te mordiera, ¿sería sensato irte corriendo tras ella para descargar tu coraje y culparla de tu eventual muerte? Lo sensato sería que te detuvieras y buscaras ayuda para poder extraer a tiempo el veneno. No permitas que tu relación de esposos funcione con esta lógica de culpabilización que impide a ambos detenerse y eliminar de ella aquello que la envenena.