Quisiera concluir el tema del coraje, como
emoción presente en la relación de pareja, con una reflexión muy personal. No sé si al final compartamos la misma
opinión. Sólo te pido que me des el
espacio para compartírtela.
Es una sutil inclinación que, en la vida de
casados, nos hace reclamar “pequeñas venganzas” cuando nos sentimos heridos, o
como hemos dicho anteriormente, cuando nos percibimos injustamente tratados. Así, detrás de las situaciones de
discrepancias o injusticias (reales o percibidas), en ocasiones fluyen estas
emociones que no siempre estamos dispuestos a aceptar o hablar de ellas por lo
negativo que dice de nosotros mismos. Emociones que se expresan hacia nuestros
adentros (y a veces externamente) con pensamientos o palabras como las
siguientes:
·
“si me hago el/la distante va a
sufrir lo que me hizo sufrir” (esta es la definición clásica de venganza)
·
“sólo indignándome es que va a
aprender que no puede hacerme esto”
·
“si no le hablo por un tiempo,
la próxima vez va a pensar dos veces el equivocarse así conmigo”
Todas estas anteriores son versiones más o
menos refinadas de un mismo razonamiento: si dejo descargar mi agresividad va a
aprender y no volverá a tratarme con injusticia. Por alguna extraña razón, el coraje nos hace
sentir “maestros” dispuestos a dar una “lección inolvidable” a los demás. Y en la relación de esposos esta inclinación
a convertirnos en “maestro(a)” de nuestro cónyuge no es excepción.
Sin embargo, luego de algunos años de casados,
nos vamos dando cuenta cómo muchas de esas conductas que percibes injustas no
son otra cosa que límites involuntarios, deficiencias o maneras diferentes de
entender un mismo asunto. O en el peor
de los casos, descargas de un corazón que, al igual que el tuyo, también
alberga sus sensibilidades que le hacen mostrarse por momentos agresivo.
Así, la vida va enseñando a la pareja cómo
cada reclamo de justicia, vivido con actitud de venganza, lo que logra es alimentar
un mecanismo de pequeñas o grandes agresividades que va creciendo en la
relación. Experiencias en las que ambos,
en el fondo, son perdedores. Víctimas y
victimarios de un sentimiento de venganza que les engaña con la ilusión de que “si
te doy lo que te mereces me quito este coraje de encima”. Afirmación fuerte (y fea) que pocas parejas
en dificultad están dispuestas a reconocer.
Sin embargo, si no deciden a tiempo sanar su camino de esposos, será una
afirmación cada vez más presente en su mente y corazón, apoderándose de su
relación hasta volverla distante y seca.
¡Cuántas parejas se han acostumbrado a
vivir haciéndose constantes y sutiles reclamos, aún en presencia de los
hijos! Cuántas esposas sumidas en la
tristeza porque la agresividad que ha descargado en su esposo se ha vuelto
hacia ella en forma de rechazo o rencor hacia sí misma: “no soy lo suficiente
buena mujer para mi esposo”. Cuántos esposos
sumidos en la tristeza porque la agresividad que ha descargado en su esposa se
ha vuelto hacia él en forma de frustración y cansancio: “esta relación no tiene
remedio... no hay manera de salvarla”.
He conocido parejas que han perdido la
alegría de vivir juntos, ¡pero ninguno de los dos puede explicar cómo han
llegado hasta allí! Cuando conversas con
ellos sólo recibes respuestas genéricas del tipo:
·
“la vida me ha jugado una trastada”
·
“esta relación me ha dado más
penas que alegrías”
·
“ya no puedo más con esto”
·
“para mí ya esto se acabó”
Ciertamente, no hay receta para la pareja
cuando llega a este punto, pero en gran medida, la respuesta siempre tendrá que
ver con la experiencia del perdón. Y no
me refiero a ese esfuerzo habitual que solemos hacer de omitir, disimular o incluso olvidar el
coraje. Con tristeza observo muchos
casados que se esfuerzan más en estar bien el uno con el otro, que no hayan “olas”
en su relación, que en perdonarse. Y es
que el perdón siempre implica mirar aquello que nos ha hecho sentirnos
ofendidos, pero sin imponerme, haciéndome débil, renunciando a hacer valer, a
como dé lugar, mis razones.
Las parejas que han vivido suficientes
experiencias de perdón descubren cómo, detrás de él (y aunque parezca
paradógico), se esconden sentimientos fuertes de un romanticismo que renace,
deseos de intimidad que busca más la donación que la posesión. Y es que el perdón contiene una fuerte
inclinación hacia la comunión.
El perdón es alimento para hacer crecer la
relación. Tanto es así que podemos
afirmar que quien no ha vivido grandes dosis del mismo, no ha experimentado aún
la mayor fuerza del amor conyugal. Amor
que crece y se hace más fuerte, no tanto por los dones y virtudes de los cónyuges,
sino precisamente por sus límites y debilidades que invitan al perdón constante.
¿Te atreves a sentarte y recordar, junto a
tu esposo(a), las experiencias de perdón en su vida de casados? Te invito a que lo hagas y descubras en esas
experiencias el color y la identidad de tu relación. Si lo hacen y ven asomarse las lágrimas, sepan
que las mismas no son otra cosa que la validación de una alegría que nace del
perdón. Alegría por que han sabido amarse
con la fuerza de un amor capaz de reconciliar lo que a los ojos del mundo
(en ocasiones algunos familiares, amigos, abogados especialistas en divorcios, incluso algunos
consejeros matrimoniales) parecía insalvable.
No sé si coincidimos en esta reflexión...
pero gracias por darte el espacio de leerla.
Estoy leyendo poco a poco. Si estoy de acuerdo con con lo escrito. Y probando el sistema de comentarios, etc...
ResponderEliminarGracias por dedicarle tiempo. Puede seguir utilizando el sistema de comentarios. Los recibo, leo y valoro mucho. O si prefiere, puede escribirme al e-mail: angelg.coaching@gmail.com
Eliminar