Translate

19 mar 2013

Una verdad en la vida de casados de la que se habla poco


Conozco parejas con pocos y muchos años de casados.  Parejas que expresan la unión de los más múltiples y disímiles temperamentos: el serio con la simpática, el elocuente con la callada, el nervioso con la organizadora, el ansioso con la despistada y un largo etcétera.  No obstante estas diferencias en años, tendencias temperamentales o de carácter, existe un rasgo fundamental que define en gran medida la profundidad de una relación.  Quizás algunos optimistas discreparán de mí cuando lean lo que aquí expresaré como un rasgo fundamental que define el matrimonio.  Tampoco es que yo coincida con la definición de optimista que una vez escuché y que dice que “un optimista es un pesimista mal informado”...  No se trata de eso.

Sin embargo, me parece que en estos tiempos se le ha atribuído al matrimonio unas expectativas que en gran medida explican porqué se viven tantas decepciones, no sólo con el(la) esposo(a), si no con la naturaleza de la relación misma.  ¿Por qué pensar que el matrimonio es fuente única de felicidad?  ¿Por qué creer que el matrimonio no debe ser ocasión de sufrimientos?  Parecerían preguntas tontas... algunos me dirían “es que nadie cree en eso”.  Pero, a juzgar por la cantidad de decepciones que terminan en divorcios o separaciones emocionales (aún cuando continúen bajo el mismo techo), parecería que más personas de las que están dispuestas a aceptarlo van al matrimonio esperando de esta relación aquello que no puede dar. 

Creo firmemente que el matrimonio es la escuela de amor más perfecta sobre la tierra (para aquellos llamados a ella, por supuesto).  La relación de esposos es camino para llegar a alcanzar las disposiciones interiores y exteriores que nos permiten amar con una fuerza y viveza cada vez mayor.  Pero, quitado el manto optimista que define el amor como una experiencia siempre placentera, es preciso entender que en esa escuela de amor (que es el matrimonio) se ofrecen algunos “cursos” cuyos “objetivos didácticos” son enseñarnos a sufrir.  Sé que para el hombre-mujer de este siglo, lo que expreso aquí no resulta nada atractivo.  Aún más, pudiera representar un disuasivo para mejor ni mirar al matrimonio como posible opción de realización personal.  No obstante, hay algunas cosas que conviene decirse... sobre todo para aquellos que sí desean hacer de la relación de esposos un proyecto de aprender a amar.

En esta línea de razonamiento, esposo... esposa, con uno o cincuenta (y quizás más) años de casados... por si aún no te has percatado, esta escuela de amor que es el matrimonio nos pide que asumamos, como punto de partida (como "curso prerequisito"), la siguiente verdad: tu cónyuge es alguien que te hará (o te hace) sufrir.  No te invito a que conozcas esta verdad, que seguramente ya no sólo conoces, sino que has experimentado concretamente.  La invitación que aquí te hago es a que la aceptes y asumas plenamente.  Me parece escuchar el grito de los escandalizados con estas palabras: “¡cómo vas a decir esas cosas!”, “¡por personas que piensan como tú es que los jóvenes de hoy en día no se quieren casar!”, “¡qué rostro feo y agriado tienes del matrimonio!”  También habrá, entre los que me conocen un poco, que leyendo esto pensarán: “¡pobrecita de Yolanda!” (así se llama mi esposa).  Pero, a riesgo de ser malinterpretado, lo repito: es punto de partida para la relación esponsal asumir la verdad de que tu esposo(a) te hará (o te hace) sufrir.  Sea conciente o inconcientemente... aunque se amen (y precisamente en el intento de hacer concreto ese amor), aún sin quererlo, el sufrimiento es parte de la naturaleza de esta relación diseñada por Dios para enseñarnos a amar. 

Si quien lee esto tiene apenas unos días, meses o pocos años de casados, que me escuche bien: no puedes creer ni pretender que tu esposo(a) nunca te haga sufrir... queriéndolo o sin querer, conciente o inconcientemente.  ¡No idealices el matrimonio para que no lo vacíes de su más real y bello contenido!  Una vez más, el matrimonio es escuela de amor y no siempre en la escuela sacamos cien porciento, “A” o perfecto, ¡y no por esto la escuela es mala o inhumana!  Insisto en esto pues creo que la idealización postmoderna del matrimonio lleva a que muchos, aún bien intencionados, no comprendan esta verdad que es puerta para la entrega profunda.  Pienso en las muchas parejas que conozco que, a pesar de tener diez, quince y hasta treinta años de casados no conocen lo que es la verdadera entrega y abandono del uno en el otro, precisamente por no querer aceptar la posibilidad de que, en un momento determinado, el(la) esposo(a) le haga sufrir.  Para “pasar de grado” (“ser promovido”) en esta escuela de amor, es un requisito aprender a abandonarse el uno en el otro... sin reservas... sin defensas.  El no aceptar esta verdad del sufrimiento como realidad de la naturaleza de la relación esponsal, se convierte en freno, límite y real impedimento para el completo abandono mutuo, el uno en el otro. 

Lo entiendo.  ¡No es fácil aceptar la realidad de que debes confiar y sentir seguridad, hasta abandonarte totalmente, en aquel(la) que sabes que en algún momento (queriéndolo o sin querer) te hará sufrir!  Puedo entender, en el contexto actual, el argumento que lleva a concluir que, como el sufrimiento no tiene sentido, el matrimonio debe ser una relación contractual como otra cualquiera, sujeta a rompimiento.  Pero en el contexto del amor verdadero, del amor adulto, no hay manera de zafarse de la realidad del sufrimiento como el riesgo a tomar a cambio del abandono total y sincero. 

Para quien está a punto de concluir que lo dicho aquí representa una visión negativa del matrimonio, le invito antes a cuestionarse interiormente (con una honestidad radical) su capacidad de abandono en su cónyuge.  ¿Piensas que tu esposo(a) es digno(a) de tu total confianza?  ¿Eres abierto(a) en tu comunicación con él(ella)...? ¿... en tu comunicación de emociones, ideas, ideales, valores, preferencias, límites, heridas...?  ¿Tienes alguna reserva que jamás le has compartido?  ¿hay alguna distancia (por mínima que sea) entre tú y tu esposo(a)?  ¿Temes que tu esposo(a) hiera tus sentimientos y por eso prefieres quedar con pensamientos o emociones reservadas en tu corazón?  No son preguntas fáciles, pero sus respuestas, dadas con honestidad, pueden iluminar tu disposición a matricularte voluntariamente en esta escuela de amor a la que quizás vienes asistiendo desde hace uno, diez o veinte años, ¡sin aceptar sus requisitos básicos de graduación!

Recuerda, sin la aceptación del sufrimiento no hay abandono total... y sin abandono total no hay amor maduro... y sin amor maduro, no te gradúas con honores en esta escuela a la que Dios mismo te ha llamado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario