Conozco parejas con pocos y muchos años de
casados. Parejas que expresan la unión
de los más múltiples y disímiles temperamentos: el serio con la simpática, el elocuente
con la callada, el nervioso con la organizadora, el ansioso con la despistada y
un largo etcétera. No obstante estas
diferencias en años, tendencias temperamentales o de carácter, existe un rasgo
fundamental que define en gran medida la profundidad de una relación. Quizás algunos optimistas discreparán de mí
cuando lean lo que aquí expresaré como un rasgo fundamental que define el
matrimonio. Tampoco es que yo coincida
con la definición de optimista que una vez escuché y que dice que “un optimista
es un pesimista mal informado”... No se trata
de eso.
Sin embargo, me parece que en estos tiempos se le ha
atribuído al matrimonio unas expectativas que en gran medida explican porqué se
viven tantas decepciones, no sólo con el(la) esposo(a), si no con la naturaleza
de la relación misma. ¿Por qué pensar
que el matrimonio es fuente única de felicidad? ¿Por qué creer que el matrimonio no debe ser
ocasión de sufrimientos? Parecerían
preguntas tontas... algunos me dirían “es que nadie cree en eso”. Pero, a juzgar por la cantidad de decepciones
que terminan en divorcios o separaciones emocionales (aún cuando continúen bajo
el mismo techo), parecería que más personas de las que están dispuestas a aceptarlo
van al matrimonio esperando de esta relación aquello que no puede dar.
Creo firmemente que el matrimonio es la escuela de amor
más perfecta sobre la tierra (para aquellos llamados a ella, por
supuesto). La relación de esposos es
camino para llegar a alcanzar las disposiciones interiores y exteriores que nos
permiten amar con una fuerza y viveza cada vez mayor. Pero, quitado el manto optimista que define
el amor como una experiencia siempre placentera, es preciso entender que en esa
escuela de amor (que es el matrimonio) se ofrecen algunos “cursos” cuyos “objetivos
didácticos” son enseñarnos a sufrir. Sé
que para el hombre-mujer de este siglo, lo que expreso aquí no resulta nada
atractivo. Aún más, pudiera representar
un disuasivo para mejor ni mirar al matrimonio como posible opción de
realización personal. No obstante, hay
algunas cosas que conviene decirse... sobre todo para aquellos que sí desean
hacer de la relación de esposos un proyecto de aprender a amar.
En esta línea de razonamiento, esposo... esposa, con uno
o cincuenta (y quizás más) años de casados... por si aún no te has percatado,
esta escuela de amor que es el matrimonio nos pide que asumamos, como punto de
partida (como "curso prerequisito"), la siguiente verdad: tu cónyuge es alguien
que te hará (o te hace) sufrir. No te invito a que conozcas esta verdad, que seguramente ya no sólo conoces, sino que has
experimentado concretamente. La invitación que aquí te hago es a que la aceptes y asumas plenamente.
Me parece escuchar el grito de los escandalizados con estas palabras: “¡cómo
vas a decir esas cosas!”, “¡por personas que piensan como tú es que los
jóvenes de hoy en día no se quieren casar!”, “¡qué rostro feo y agriado tienes del
matrimonio!” También habrá, entre los
que me conocen un poco, que leyendo esto pensarán: “¡pobrecita de Yolanda!” (así
se llama mi esposa). Pero, a riesgo de
ser malinterpretado, lo repito: es punto de partida para la relación esponsal asumir
la verdad de que tu esposo(a) te hará (o te hace) sufrir. Sea conciente o inconcientemente... aunque se
amen (y precisamente en el intento de hacer concreto ese amor), aún sin
quererlo, el sufrimiento es parte de la naturaleza de esta relación diseñada
por Dios para enseñarnos a amar.
Si quien lee esto tiene apenas unos días, meses o
pocos años de casados, que me escuche bien: no puedes creer ni pretender que tu esposo(a)
nunca te haga sufrir... queriéndolo o sin querer, conciente o inconcientemente. ¡No idealices el matrimonio para que no lo
vacíes de su más real y bello contenido!
Una vez más, el matrimonio es escuela de amor y no siempre en la escuela
sacamos cien porciento, “A” o perfecto, ¡y no por esto la escuela es mala o
inhumana! Insisto en esto pues creo que
la idealización postmoderna del matrimonio lleva a que muchos, aún bien
intencionados, no comprendan esta verdad que es puerta para la entrega
profunda. Pienso en las muchas parejas
que conozco que, a pesar de tener diez, quince y hasta treinta años de casados
no conocen lo que es la verdadera entrega y abandono del uno en el otro,
precisamente por no querer aceptar la posibilidad de que, en un momento
determinado, el(la) esposo(a) le haga sufrir.
Para “pasar de grado” (“ser promovido”) en esta escuela de amor, es un
requisito aprender a abandonarse el uno en el otro... sin reservas... sin
defensas. El no aceptar esta verdad del
sufrimiento como realidad de la naturaleza de la relación esponsal, se
convierte en freno, límite y real impedimento para el completo abandono mutuo,
el uno en el otro.
Lo entiendo. ¡No
es fácil aceptar la realidad de que debes confiar y sentir seguridad, hasta abandonarte
totalmente, en aquel(la) que sabes que en algún momento (queriéndolo o sin querer)
te hará sufrir! Puedo entender, en el
contexto actual, el argumento que lleva a concluir que, como el
sufrimiento no tiene sentido, el matrimonio debe ser una relación contractual como
otra cualquiera, sujeta a rompimiento.
Pero en el contexto del amor verdadero, del amor adulto, no hay manera
de zafarse de la realidad del sufrimiento como el riesgo a tomar a cambio del
abandono total y sincero.
Para quien está a punto de concluir que lo dicho aquí representa
una visión negativa del matrimonio, le invito antes a cuestionarse interiormente
(con una honestidad radical) su capacidad de abandono en su cónyuge. ¿Piensas que tu esposo(a) es digno(a) de tu total
confianza? ¿Eres abierto(a) en tu
comunicación con él(ella)...? ¿... en tu comunicación de emociones, ideas,
ideales, valores, preferencias, límites, heridas...? ¿Tienes alguna reserva que jamás le has
compartido? ¿hay alguna distancia (por
mínima que sea) entre tú y tu esposo(a)?
¿Temes que tu esposo(a) hiera tus sentimientos y por eso prefieres
quedar con pensamientos o emociones reservadas en tu corazón? No son preguntas fáciles, pero sus respuestas,
dadas con honestidad, pueden iluminar tu disposición a matricularte
voluntariamente en esta escuela de amor a la que quizás vienes asistiendo desde
hace uno, diez o veinte años, ¡sin aceptar sus requisitos básicos de graduación!
Recuerda, sin la aceptación del sufrimiento no hay
abandono total... y sin abandono total no hay amor maduro... y sin amor maduro,
no te gradúas con honores en esta escuela a la que Dios mismo te ha llamado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario