Esta es quizás una de las verdades más consoladoras
que pueden decirse sobre el matrimonio.
Claro, consoladora para aquel(la) que, con defectos y virtudes, confía
en su capacidad de amar. No obstante,
verdad amenazante para quien vive el matrimonio como fusión de personalidades o
dominio del otro(a). Me refiero a la
verdad del matrimonio como complementaridad de diferencias.
Contrario a esto, es muy común en estos
días pensar que un buen matrimonio depende de que haya una perfecta afinidad de
caracteres: tener los mismos gustos, temperamentos que no choquen mucho, afinidades
con respecto al entretenimiento, etc. En
fin, que mi pareja tenga más o menos mi misma personalidad parece ser el ideal,
o al menos una gran ilusión, en un mundo que realza la adolescencia como ideal
a conservar en la vida.
Como pensamiento adolescente, esta
convicción o anhelo parece obedecer a una visión del matrimonio como espacio de
autoprotección, lugar donde no debe haber necesidad de esfuerzos para
comprendernos y acogernos en la diversidad.
Pienso en tantos adultos jóvenes (entre 30 a 35 años aproximadamente)
que luego de una primera etapa relativamente estable de matrimonio comienzan a
experimentar el cansancio de tener que comprender y abrazar lo diverso, lo
retante de el(la) otro(a). El reto de acoger
aquellas diferencias que siempre estuvieron allí, pero que permanecían invisibles
a los ojos del “adolescente” enamorado. No con poca frecuencia, dominados por este
pensamiento adolescente, la ilusión de encontrar a otro(a) con quien me pueda
fundir sin esfuerzo, se convierte en tentación de divorcio para muchos(as). En el fondo, esta actitud refleja un miedo
a las diferencias, miedo a la conversación profunda que pudiera dejar aflorar
diversidades. Miedo a las discusiones
que desencantan al aún adolescente trasnochado y enamorado. En resumen, miedo a vivir la libertad de amar
sin dominar.
Es curioso pero, desde el punto de vista
sicológico y social, la aceptación de lo diverso históricamente ha sido asociado
con fortaleza, civilización, uso de la razón sobre la fuerza y la imposición, tolerancia
y apertura a la vida en todas sus manifestaciones. Digo esto porque precisamente estas son características
hoy cuestionadas en nuestras sociedades más propensas a la “omnipotencia” de la
eterna adolescencia. Inclinadas a vivir
una adultez más parecida a la unipolaridad del infante en la relación con su
madre, que a la libertad del que sale de sí para encontrarse con quien es
diverso y donarse a él. Sobre esto es
preciso decir que es contradictorio aquel reclamo de respeto a la diversidad
hecho por aquellos(as) que temen o pretenden negar la primera de las
diversidades irrenunciables (dada por la naturaleza misma): la diversidad de
ser hombre o mujer. Diversidad dada como
don por un Dios que es diverso en Sí: tres Personas, tres misiones, en una Unidad
perfecta en el amor... no en el miedo o la negación de las diferencias.
Volviendo a la relación de pareja,
esposo... esposa, les invito a mirarse y valorarse en su diversidad sicológica,
afectiva, física y espiritual. Si bien
es cierto que unos principios básicos (creencias) deben ser compartidos en la
pareja como verdades que les unen, no es menos cierto que, en lo referente al
carácter, personalidad, temperamentos, gustos, emociones (y algunas cosas más),
las diferencias deben invitarles a la comunión y complementaridad. Huyan de las concepciones cerradas que no
aceptan la diversidad irrenunciable de la naturaleza, puesta allí como invitación
a la donación.
Les invito a que hagan un ejercicio. Preparen una lista con varios temas
relacionados a características personales.
Por ejemplo:
·
Carácter
·
maneras de expresar las
emociones
·
tipo de inteligencia que
predomina (racional, emocional, artística, espiritual, etc.)
·
reacción cuando siente enojo
·
cómo reacciona al enojo de el(la)
otro(a)
·
aquello que más le avergüenza
·
el mayor miedo en la crianza de
los hijos
... entre otros temas que ustedes pueden
añadir. Al lado de la lista haga dos
columnas. En cada columna escriba su
nombre y el de su cónyuge. La idea es
poder describir cómo piensas o reaccionas con respecto a estos temas y cómo lo
hace tu esposo(a). Una vez completadas ambas
columnas, que puedan sentarse con su esposo(a) y confrontar (dialogar) sus respuestas. Háganlo y seguramente les espera una larga y
bonita conversación con respecto a cuán diversos son y cuanta riqueza añade esa
diversidad a su relación.
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