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7 dic 2013

Cuando el ajetreo de la vida hace perder el camino de esposo(a)

Aún cuando ha pasado algún tiempo desde nuestra anterior entrada al blog, deseo poder continuar con ustedes aquella reflexión ya comenzada.  En efecto, nos hemos planteado la misma pregunta en las últimas dos entradas, ¿cómo se manifiesta una vida espiritual estancada, conformista, tanto a nivel personal como en su repercusión en la experiencia de pareja?  Quisiéramos continuar aquí con algunos esbozos de respuesta a esta pregunta, siempre animados por el deseo de reconocer posibles dinámicas que pudieran estar limitándonos en nuestra vida personal y de esposos.

Con frecuencia vemos que una vida espiritual estancada (aún cuando parezca una contradicción), suele manifestarse como una vida llena, ocupada... ¡casi desesperada!  Parecería que cada segundo es ocupado por alguna actividad, idea, preocupación, pensamiento o urgencia.  Esto a pesar de que no necesariamente nos sentimos satisfechos con tantas ocupaciones, llamadas, entradas a redes sociales, trabajos, compromisos con los hijos, los padres, los amigos...  Y en esa casi desesperada ocupación, con frecuencia, nos llevamos a nuestro(a) esposo(a) por delante: “por que no avanzas”, “mira que llegamos tarde”, “busca tú a los niños que yo te alcanzo después”, “compra algo de comer antes de llegar que a mí no me da el tiempo...”, “estoy muy cansado(a)... encárgate tú de los niños” (sin considerar el cansancio del otro), “haz tú según mejor creas... hablamos de eso en otro momento”.

Ciertamente, la velocidad y la contínua ocupación parecen ser características del mundo que nos ha tocado vivir.  Es un idealismo infantil pretender abstraernos de esta realidad.  Sin embargo, vale la pena que te preguntes: ¿qué significa para mí estar ocupado(a)?  ¿Cómo vivo mi ocupación constante?  En lo profundo, ¿estoy alegre con mi ocupación?, ¿siento que voy avanzando hacia donde deseo ir, a nivel personal y con mi pareja?  O esta pregunta clave que dice: ¿siento que voy donándome con cada ocupación? 

Un primer peligro para quien siempre anda en ocupación constante y sin sentido es confundir lo que hace con lo que es.  Te invito a que pienses bien y a tiempo este peligro.  No esperes estar cerca de la edad de retiro, o cuando ya los hijos se han ido del hogar realizando sus propios proyectos, para darte cuenta que no sabrías cómo vivir sin tus contínuas ocupaciones.  Un segundo peligro se manifiesta más a nivel de la pareja.  ¡Cuántas parejas confunden su ser uno con su hacer juntos!  Viven tantos años llenos de actividad, sobre todo en atención a sus hijos...  sin embargo, con el tiempo, se dan cuenta (en el mejor de los casos) que en el camino perdieron aquello que en un inicio les unía, más allá del hacer juntos.  Suelo decir que estas parejas, más que en esposos, se convirtieron en “compañeros de trabajo” para la crianza y el sostenimiento de los hijos... ¡y lo peor del caso es no haberse dado cuenta!

¡Cuántos peligros detrás de una vida excesivamente ocupada... pero vacía!  Se cuenta que en una ocasión, un sacerdote fue a ver al gran sicólogo suizo Carl Jung.  En su visita le expresó su cansancio, pues trabajaba cerca de catorce horas diarias, aunque apenas podía dormir.  Al concluir su descripción de la vida tan agitada que llevaba, Jung le pidió que se esforzara en trabajar sólo ocho horas diarias.  Luego debía marcharse a su casa, cenar y retirarse a descansar para estar con él mismo.  La próxima semana el sacerdote se dedicó a trabajar solo ocho horas.  Cuando llegaba a su casa, cenaba y se retiraba a su habitación.  Algunas noches las dedicaba a escribir cartas a sus amigos, otras las dedicaba a escuchar música clásica y descansar.  Al volver a su otra cita con el psicólogo, en la tercera semana, le contó lo que había hecho.  Sin embargo y a pesar de sus esfuerzos, tuvo que reconocerle que no había podido reconciliar el sueño.  El sicólogo Jung le reclamó, “yo no le dije que se retirara a escuchar música o escribir cartas.  Le dije que se retirara a estar con usted mismo”.  El sacerdote, un tanto molesto le replicó: “yo no puedo estar tanto tiempo solo, sin hacer nada ni estar con nadie”.  A lo que Jung le respondió: “¡no soportas estar contigo unos minutos y pretendes que otras personas te aguanten por catorce horas al día!”.

No tengo certeza de la veracidad de cada detalle de esta anécdota.  No obstante, su relato encierra una gran verdad para nuestra vida personal y de esposos.  A nivel personal es más que evidente que una vida excesiva y contínuamente ocupada, sin espacios de reflexión (y para el creyente, de oración) que promuevan un crecimiento interior, se empobrece.  A nivel de pareja, ese mismo exceso de ocupación que no permite espacios para renovar (incluso en el silencio) el ser uno en el otro, provoca la pérdida de aquellas huellas más delicadas que señalan el camino hecho juntos, la vida que se integra en una... ¡puede provocar incluso la pérdida de la identidad de pareja!

En un mundo orientado al consumo, donde hasta la dimensión espiritual de la vida es cosificada, el estar ocupado sin un sentido puede convertirse en tentación de encerrarnos en nuestro mundo de deseos, disfrutes, egoísmos, preocupaciones o sufrimientos impenetrables.  ¿Y qué decir de la pareja?  Desde esa torre de marfil personal es bien difícil construir la comunión de almas que hace de la experiencia de casados una capaz de orientarse hacia el bien, aún en medio de los peores ajetreos de la vida.                                       
Hemos hablado de una vida excesivamente ocupada, pero... ¿y qué decir de una vida excesivamente preocupada?  En nuestra próxima entrada al blog hablaremos un poco de esto.

19 jul 2013

Aquellos "juegos mentales" que nos mantienen detenidos

Hablábamos en nuestra anterior entrada de esa incomodidad o melancolía generalizada en la vida, que pudiera ser manifestación de la ausencia de una búsqueda de crecimiento personal o de un estancamiento en esta búsqueda.  A su vez vimos algunas manifestaciones de esta realidad en la vida de pareja.  Nos propusimos un primer ejercicio para cuestionarnos cómo estamos viviendo.  Este primer ejercicio comenzaba con la pregunta, ¿cómo estoy usando mi tiempo?

Ahora, nos proponemos un segundo ejercicio de evaluación que comienza con otra pregunta: ¿puedes identificar algún “juego mental” mediante el cual te engañas para no comprometerte con una vida de crecimiento personal?  Para que te contestes esta pregunta te sugiero que puedas confrontarte, con honestidad, si en efecto alguna (o varias) de las siguientes afirmaciones representan para tí algún “juego mental” en el que estás inmerso(a) y que te impide tomar una ruta de crecimiento personal:

1.       “Para qué hablar de mis inquietudes, anhelos y preocupaciones personales si nadie me va a entender.”

Siempre me sorprendo cómo, cada vez que supero mis reservas e inclinaciones a no exponerme y comparto un sentimiento personal, la respuesta que recibo suele ser de empatía, identificación o solidaridad: “a mí también me ha ocurrido como a tí”, “yo también me he sentido así”, “lo que compartes me ayuda también a mí”.  Aquí la clave es identificar a alguien que sea honesto(a) y tenga la madurez y sabiduría para la escucha.  En el fondo, tú sabes que conoces, no sólo a una, sino a varias personas así... entonces, ¡da el primer paso!

2.       “Si todo está bien, ¿por qué buscar ayuda ahora?

Si hay algo que diferencia a una persona efectiva de alguien que no lo es, es su capacidad para allegarse recursos, en todo momento, por medio de la colaboración y ayuda.  “No esperes que un hombre muera para saber que todo corre peligro”, dice Joan Manuel Serrat.  En nuestro caso decimos, no esperes  a que una preocupación personal se convierta en problema para entonces exteriorizarla.  Una buena conversación abierta, con alguien capaz de ayudarte, te puede llevar a identificar esas áreas de crecimiento que tú no quieres que se conviertan en el futuro en un problema para tí y tu relación de pareja.

3.       “No tengo tiempo para dedicarlo a estas cosas ‘soft’”

En lo profundo sabes que ni son “soft” ni careces de tiempo para atenderlas.  A manera de comparación, es bueno saber que hace mucho tiempo las organizaciones de avanzada han superado ese menosprecio por las destrezas y capacidades que por tanto tiempo llamaron “soft” y de poca importancia.  Resulta que lo “soft” ha sido redescubierto como crítico para el liderazgo organizacional.  Me parece que, a nivel de pareja, debe ser también superado, sobre todo por el varón, ese menosprecio por las cosas pequeñas, no urgentes, pero extremadamente importantes.  Con respecto a la falta de tiempo, son muchas las ayudas disponibles para mejorar las destrezas de organización personal.  Utilízalas.  Si hay algo verdaderamente democrático en la vida es el tiempo: ¡veinticuatro horas para todos (ni más ni menos)!  Sin embargo, ¡qué diferencia enorme hacen 24 horas en manos de una persona eficiente, efectiva e íntegra, versus una que no reúne estas cualidades!  De todas maneras, te invito a que revises lo reflexionado en la anterior entrada a este blog, relacionado al tiempo.

4.       “Me basta con saberme amado(a) por mi pareja.”

Uhmmmm...  Siento tener que repetirlo una vez más: tu relación de pareja no podrá darte aquello que te toca sólo a tí procurarte.  Una cosa es el perdón incondicional y la complementaridad de dones que cada cual debe aportar en la relación de pareja.  Otra cosa es la exigencia de comprensión y el depender que el otro haga la parte que sólo a tí te toca.  Pero sobre esto digamos algo más, particularmente dirigido a los esposos.

Con alguna fecuencia observo cómo, el esposo, suele injustamente depender de su esposa para que sea ella la responsable única del bienestar afectivo de la relación.  No sé si es un rasgo más de nuestros países latinos, pero es una tentación observable esta pasividad del esposo a la hora de alimentar los espacios afectivos, de conversación, de comunicación de ternura e intercambio de emociones en la relación de pareja.  Si bien es cierto que este rasgo es quizás una manifestación del tradicional machismo, les confieso que no me da mucho optimismo los acercamientos de ciertos sectores, dentro de las nuevas generaciones de varones, en los cuales con frecuencia se confunde intercambio emocional y afectivo con exceso de “zalamería” y falta de identificación viril.

Sea por una cosa u otra, la dificultad sigue ahí: no puedes depender esposo, de tu esposa, para la alimentación emocional de la relación.  Menos aún, no es posible que delegues en tu esposa tu crecimiento emocional.  Un poco esa delegación se deja entrever detrás de esta engañosa afirmación:  “me basta con saberme amado(a) por mi pareja”.  Un reto grande que enfrenta la relación de esposos hoy es el cómo lograr que tú, esposo, tomes las riendas de tu crecimiento personal, intelectivo, volitivo y espiritual.  Entender que no basta con invitar a cenar a tu esposa para que se genere ese ambiente relacional robusto, capaz de provocar que salga lo mejor de ambos, desde la profundidad de sus emociones, pasiones y de la voluntad de amar.

A pesar de lo dicho sobre el esposo en estos dos últimos párrafos, la pregunta inicial sigue en pie para ambos (esposo y esposa):  ¿puedes identificar en ti algún “juego mental” que impide comprometerte con tu crecimiento personal?  Si no es así, ¿cuál es el paso próximo que vas a dar?  ¿Cómo te vas a comprometer?  ¿Qué tiempo le vas a dedicar a esta tarea impostergable en la que eres insustituíble?

Si aún no estás convencido(a), vale que sigamos hablando (en una próxima entrada al blog) sobre cómo se manifiesta en la relación de pareja una vida de crecimiento personal estancada y conformista. 

3 jul 2013

El amor esponsal que se nutre del crecimiento personal

En otros momentos lo hemos dicho aquí.  Ahora lo quiero repetir como introducción a una nueva reflexión sobre la vida de casados que quiero compartirles.  Es una mentira (que por cierto puede transformarse en una muy dolorosa) pensar que el matrimonio da la felicidad plena.  En anteriores entradas al blog he elaborado sobre esto.  Pero en esta ocasión, quiero subrayar un peligro detrás de esta desvirtuada afirmación.  Peligro que consiste en abandonar el camino personal de crecimiento humano – espiritual, porque en última instancia la fuente total de mi felicidad ya la encontré en mi matrimonio.   

¿Qué significa abandonar el camino de crecimiento humano – espiritual?  O veámoslo así, ¿qué signos acompañan una vida no alimentada en sus dimensiones humana y espiritual?  Me propongo en ésta y las próximas entradas al blog compartirles algunas ideas al respecto con la esperanza de que algunos(as) se animen a iniciar un camino de crecimiento personal lo suficientemente serio como para que alimente de manera sólida su vida de pareja.  Para esto quiero tomar prestadas algunas ideas del ya fallecido Henri Nouwen, sacerdote y maestro espiritual.  Al hacerlo es mi intención, a la luz de mi pobre experiencia, compartir reflexiones sobre cómo se refleja la ausencia o presencia de un camino de crecimiento personal en la vida de pareja.

Comencemos planteándonos lo siguiente.  Muchas personas viven su experiencia diaria y rutinaria acompañada de un profundo y constante sentimiento de descontento.  Descontento que instintivamente se asocia con un abandono personal de las “cosas del espíritu”.  Es un descontento que en lo profundo te habla de la necesidad de cultivar el espíritu.  Sin comprender bien cómo atender esa “hambre” espiritual, poco a poco vamos sumergiéndonos en una melancolía generalizada.  No es de extrañar que con el tiempo esa melancolía generalizada comiences a relacionarla con tu esposo(a).  Frases como “ya no me llena esta relación”, “ya no me siento como antes con él/ella”, pudieran ser dichas como expresión de una insatisfacción que poco tiene que ver con tu esposo(a) y sí mucho con tu insatisfacción general con la vida.  Sobre todo, insatisfacción en lo referente a cómo vas respondiendo a tus motivos y necesidades profundas (intelectivas, emocionales, del carácter y del espíritu).  Si la tentación no es vencida y la confusión no es aclarada, pudiera ser el inicio de una distancia que termine en separación, con la esperanza de reencontrar en un nuevo camino, con una nueva persona, aquella motivación y aquel estímulo que sólo tiene que ver contigo y tu flojera de espiritu.  Así, la tentación de estar siempre comenzando, engañado(a) por la ilusión del inicio, mantiene a muchos(as) en el inútil esfuerzo de subir entusiasmados(as) por la escalera de la felicidad en el amor de pareja, para darse cuenta, al llegar arriba, que la escalera estaba apoyada en la pared equivocada.  La pared correcta y el camino correcto siguen siendo tu crecimiento personal, humano y espiritual.

Un primer paso es confrontar esa melancolía y descontento generalizado, dando una mirada crítica a cómo estás conduciendo tu vida.  Esto requiere una “brutal” dosis de honestidad y valentía para que no se convierta en un ejercicio inútil de esos que solemos hacer al final de cada año.  Para esto te propongo un primer punto concreto de inicio.

¿En qué ocupas tu tiempo?  ¿Estas conciente de aquello que ocupa tu tiempo?  Una mirada honesta a tu día y semana te pueden revelar la verdad de aquellas preocupaciones reales (no ilusorias) que dominan tu vida.  Preocupaciones que te “gritan” de frente a qué verdaderamente estás dándole prioridad.  Cuán importante es para tí alimentar tu mente, tus emociones, tu carácter y espíritu.  ¿Cuántos “ladrones” del tiempo has dejado entrar a tu vida que te distraen, te entretienen o te “ayudan” a descargar tu ansiedad de aceptación y de sentirte valorizado(a)?

Una tentación aquí, sobre todo para la pareja joven, es la de llenar su tiempo de salidas recreativas, cenas y todo aquel entretenimiento que pertenece al mundo compartido de la pareja.  Evidentemente, visto de manera ligera, no hay nada malo en esto.  Pero, ¿has pensado en el tiempo personal que cada cual necesita para dedicarlo a promover su crecimiento?  ¿Lees?  ¿Qué lees?  ¿Cultivas tu espíritu?  ¿Rezas, reflexionas?  ¿Te cuestionas cada día con cuanta honestidad lo viviste, en qué fallaste, en qué momento no fuíste fiel a tus valores?  Si practicas la fe cristiana, ¿lees la Biblia, la meditas, permites que la Palabra te hable al corazón?  ¿Procuras la práctica de las virtudes en tus decisiones de todos los días?  ¿Eres fiel a tus decisiones?  ¿Con demasiada fecuencia las pasiones ofuscan tu claridad mental y tu opción por lo bueno y bello?  ¿Cuál fue la última opción radical que tomaste para arriesgar en el camino de fidelidad a tus valores, a tus opciones de bien?  ¿Te preocupas por y cultivas la idea de dejar un legado de bien?  ¿Cuál es en concreto ese legado?  ¿Procuras estar atento(a) a las necesidades afectivas de tu pareja por encima de cualquier otra relación?  ¿Has identificado a alguien con la capacidad de acompañar tu camino de crecimiento personal?  

Si tu uso del tiempo no revela prioridades que te lleven a crecer a nivel personal, el gusto de estar con tu pareja, irremediablemente irá menguando, pues cada vez tendrás menos novedad creativa que ofrecer en tu relación.  Por ende, también decrecerá la novedad creativa que recibas.  Esposo(a), en este mundo infantil y hostil, se hace cada vez más necesario que asumas el compromiso contigo de alimentar tu crecimiento personal.  Sólo así irás entendiendo que ese compromiso te llevará a tender hacia tu esposo(a), dedicando espacios de formación y crecimiento juntos.  Así verás nacer el hambre de querer crecer juntos. 

En las próximas entradas continuaremos hablando sobre cómo se manifiesta una vida personal sin crecimiento y sus repercusiones en la vida de pareja.  El amor de pareja es don mutuo, pero si no cultivas tu don, ¿qué vas a ofrecer en este intercambio creativo e inagotable que es el amor esponsal?                       

30 may 2013

¡De momento te descubro diferente!

Esta es quizás una de las verdades más consoladoras que pueden decirse sobre el matrimonio.  Claro, consoladora para aquel(la) que, con defectos y virtudes, confía en su capacidad de amar.  No obstante, verdad amenazante para quien vive el matrimonio como fusión de personalidades o dominio del otro(a).  Me refiero a la verdad del matrimonio como complementaridad de diferencias. 

Contrario a esto, es muy común en estos días pensar que un buen matrimonio depende de que haya una perfecta afinidad de caracteres: tener los mismos gustos, temperamentos que no choquen mucho, afinidades con respecto al entretenimiento, etc.  En fin, que mi pareja tenga más o menos mi misma personalidad parece ser el ideal, o al menos una gran ilusión, en un mundo que realza la adolescencia como ideal a conservar en la vida.

Como pensamiento adolescente, esta convicción o anhelo parece obedecer a una visión del matrimonio como espacio de autoprotección, lugar donde no debe haber necesidad de esfuerzos para comprendernos y acogernos en la diversidad.  Pienso en tantos adultos jóvenes (entre 30 a 35 años aproximadamente) que luego de una primera etapa relativamente estable de matrimonio comienzan a experimentar el cansancio de tener que comprender y abrazar lo diverso, lo retante de el(la) otro(a).  El reto de acoger aquellas diferencias que siempre estuvieron allí, pero que permanecían invisibles a los ojos del “adolescente” enamorado.  No con poca frecuencia, dominados por este pensamiento adolescente, la ilusión de encontrar a otro(a) con quien me pueda fundir sin esfuerzo, se convierte en tentación de divorcio para muchos(as).  En el fondo, esta actitud refleja un miedo a las diferencias, miedo a la conversación profunda que pudiera dejar aflorar diversidades.  Miedo a las discusiones que desencantan al aún adolescente trasnochado y enamorado.  En resumen, miedo a vivir la libertad de amar sin dominar.

Es curioso pero, desde el punto de vista sicológico y social, la aceptación de lo diverso históricamente ha sido asociado con fortaleza, civilización, uso de la razón sobre la fuerza y la imposición, tolerancia y apertura a la vida en todas sus manifestaciones.  Digo esto porque precisamente estas son características hoy cuestionadas en nuestras sociedades más propensas a la “omnipotencia” de la eterna adolescencia.  Inclinadas a vivir una adultez más parecida a la unipolaridad del infante en la relación con su madre, que a la libertad del que sale de sí para encontrarse con quien es diverso y donarse a él.  Sobre esto es preciso decir que es contradictorio aquel reclamo de respeto a la diversidad hecho por aquellos(as) que temen o pretenden negar la primera de las diversidades irrenunciables (dada por la naturaleza misma): la diversidad de ser hombre o mujer.  Diversidad dada como don por un Dios que es diverso en Sí: tres Personas, tres misiones, en una Unidad perfecta en el amor... no en el miedo o la negación de las diferencias.

Volviendo a la relación de pareja, esposo... esposa, les invito a mirarse y valorarse en su diversidad sicológica, afectiva, física y espiritual.  Si bien es cierto que unos principios básicos (creencias) deben ser compartidos en la pareja como verdades que les unen, no es menos cierto que, en lo referente al carácter, personalidad, temperamentos, gustos, emociones (y algunas cosas más), las diferencias deben invitarles a la comunión y complementaridad.  Huyan de las concepciones cerradas que no aceptan la diversidad irrenunciable de la naturaleza, puesta allí como invitación a la donación.

Les invito a que hagan un ejercicio.  Preparen una lista con varios temas relacionados a características personales.  Por ejemplo:

·         Carácter
·         maneras de expresar las emociones
·         tipo de inteligencia que predomina (racional, emocional, artística, espiritual, etc.)
·         reacción cuando siente enojo
·         cómo reacciona al enojo de el(la) otro(a)
·         aquello que más le avergüenza
·         el mayor miedo en la crianza de los hijos

... entre otros temas que ustedes pueden añadir.  Al lado de la lista haga dos columnas.  En cada columna escriba su nombre y el de su cónyuge.  La idea es poder describir cómo piensas o reaccionas con respecto a estos temas y cómo lo hace tu esposo(a).  Una vez completadas ambas columnas, que puedan sentarse con su esposo(a) y confrontar (dialogar) sus respuestas.  Háganlo y seguramente les espera una larga y bonita conversación con respecto a cuán diversos son y cuanta riqueza añade esa diversidad a su relación.

19 mar 2013

Una verdad en la vida de casados de la que se habla poco


Conozco parejas con pocos y muchos años de casados.  Parejas que expresan la unión de los más múltiples y disímiles temperamentos: el serio con la simpática, el elocuente con la callada, el nervioso con la organizadora, el ansioso con la despistada y un largo etcétera.  No obstante estas diferencias en años, tendencias temperamentales o de carácter, existe un rasgo fundamental que define en gran medida la profundidad de una relación.  Quizás algunos optimistas discreparán de mí cuando lean lo que aquí expresaré como un rasgo fundamental que define el matrimonio.  Tampoco es que yo coincida con la definición de optimista que una vez escuché y que dice que “un optimista es un pesimista mal informado”...  No se trata de eso.

Sin embargo, me parece que en estos tiempos se le ha atribuído al matrimonio unas expectativas que en gran medida explican porqué se viven tantas decepciones, no sólo con el(la) esposo(a), si no con la naturaleza de la relación misma.  ¿Por qué pensar que el matrimonio es fuente única de felicidad?  ¿Por qué creer que el matrimonio no debe ser ocasión de sufrimientos?  Parecerían preguntas tontas... algunos me dirían “es que nadie cree en eso”.  Pero, a juzgar por la cantidad de decepciones que terminan en divorcios o separaciones emocionales (aún cuando continúen bajo el mismo techo), parecería que más personas de las que están dispuestas a aceptarlo van al matrimonio esperando de esta relación aquello que no puede dar. 

Creo firmemente que el matrimonio es la escuela de amor más perfecta sobre la tierra (para aquellos llamados a ella, por supuesto).  La relación de esposos es camino para llegar a alcanzar las disposiciones interiores y exteriores que nos permiten amar con una fuerza y viveza cada vez mayor.  Pero, quitado el manto optimista que define el amor como una experiencia siempre placentera, es preciso entender que en esa escuela de amor (que es el matrimonio) se ofrecen algunos “cursos” cuyos “objetivos didácticos” son enseñarnos a sufrir.  Sé que para el hombre-mujer de este siglo, lo que expreso aquí no resulta nada atractivo.  Aún más, pudiera representar un disuasivo para mejor ni mirar al matrimonio como posible opción de realización personal.  No obstante, hay algunas cosas que conviene decirse... sobre todo para aquellos que sí desean hacer de la relación de esposos un proyecto de aprender a amar.

En esta línea de razonamiento, esposo... esposa, con uno o cincuenta (y quizás más) años de casados... por si aún no te has percatado, esta escuela de amor que es el matrimonio nos pide que asumamos, como punto de partida (como "curso prerequisito"), la siguiente verdad: tu cónyuge es alguien que te hará (o te hace) sufrir.  No te invito a que conozcas esta verdad, que seguramente ya no sólo conoces, sino que has experimentado concretamente.  La invitación que aquí te hago es a que la aceptes y asumas plenamente.  Me parece escuchar el grito de los escandalizados con estas palabras: “¡cómo vas a decir esas cosas!”, “¡por personas que piensan como tú es que los jóvenes de hoy en día no se quieren casar!”, “¡qué rostro feo y agriado tienes del matrimonio!”  También habrá, entre los que me conocen un poco, que leyendo esto pensarán: “¡pobrecita de Yolanda!” (así se llama mi esposa).  Pero, a riesgo de ser malinterpretado, lo repito: es punto de partida para la relación esponsal asumir la verdad de que tu esposo(a) te hará (o te hace) sufrir.  Sea conciente o inconcientemente... aunque se amen (y precisamente en el intento de hacer concreto ese amor), aún sin quererlo, el sufrimiento es parte de la naturaleza de esta relación diseñada por Dios para enseñarnos a amar. 

Si quien lee esto tiene apenas unos días, meses o pocos años de casados, que me escuche bien: no puedes creer ni pretender que tu esposo(a) nunca te haga sufrir... queriéndolo o sin querer, conciente o inconcientemente.  ¡No idealices el matrimonio para que no lo vacíes de su más real y bello contenido!  Una vez más, el matrimonio es escuela de amor y no siempre en la escuela sacamos cien porciento, “A” o perfecto, ¡y no por esto la escuela es mala o inhumana!  Insisto en esto pues creo que la idealización postmoderna del matrimonio lleva a que muchos, aún bien intencionados, no comprendan esta verdad que es puerta para la entrega profunda.  Pienso en las muchas parejas que conozco que, a pesar de tener diez, quince y hasta treinta años de casados no conocen lo que es la verdadera entrega y abandono del uno en el otro, precisamente por no querer aceptar la posibilidad de que, en un momento determinado, el(la) esposo(a) le haga sufrir.  Para “pasar de grado” (“ser promovido”) en esta escuela de amor, es un requisito aprender a abandonarse el uno en el otro... sin reservas... sin defensas.  El no aceptar esta verdad del sufrimiento como realidad de la naturaleza de la relación esponsal, se convierte en freno, límite y real impedimento para el completo abandono mutuo, el uno en el otro. 

Lo entiendo.  ¡No es fácil aceptar la realidad de que debes confiar y sentir seguridad, hasta abandonarte totalmente, en aquel(la) que sabes que en algún momento (queriéndolo o sin querer) te hará sufrir!  Puedo entender, en el contexto actual, el argumento que lleva a concluir que, como el sufrimiento no tiene sentido, el matrimonio debe ser una relación contractual como otra cualquiera, sujeta a rompimiento.  Pero en el contexto del amor verdadero, del amor adulto, no hay manera de zafarse de la realidad del sufrimiento como el riesgo a tomar a cambio del abandono total y sincero. 

Para quien está a punto de concluir que lo dicho aquí representa una visión negativa del matrimonio, le invito antes a cuestionarse interiormente (con una honestidad radical) su capacidad de abandono en su cónyuge.  ¿Piensas que tu esposo(a) es digno(a) de tu total confianza?  ¿Eres abierto(a) en tu comunicación con él(ella)...? ¿... en tu comunicación de emociones, ideas, ideales, valores, preferencias, límites, heridas...?  ¿Tienes alguna reserva que jamás le has compartido?  ¿hay alguna distancia (por mínima que sea) entre tú y tu esposo(a)?  ¿Temes que tu esposo(a) hiera tus sentimientos y por eso prefieres quedar con pensamientos o emociones reservadas en tu corazón?  No son preguntas fáciles, pero sus respuestas, dadas con honestidad, pueden iluminar tu disposición a matricularte voluntariamente en esta escuela de amor a la que quizás vienes asistiendo desde hace uno, diez o veinte años, ¡sin aceptar sus requisitos básicos de graduación!

Recuerda, sin la aceptación del sufrimiento no hay abandono total... y sin abandono total no hay amor maduro... y sin amor maduro, no te gradúas con honores en esta escuela a la que Dios mismo te ha llamado.

7 feb 2013

De las "pequeñas venganzas" al perdón


Quisiera concluir el tema del coraje, como emoción presente en la relación de pareja, con una reflexión muy personal.  No sé si al final compartamos la misma opinión.  Sólo te pido que me des el espacio para compartírtela.  

Realmente, si somos honestos, tendríamos que aceptar que en lo profundo de nuestro corazón existe un cierto instinto de agresividad.  Existe una inclinación que nos confronta (o “nos estruja en la cara”, como diríamos en Puerto Rico) con el hecho de que no somos necesariamente tan buenos(as) como quisiéramos... o tan pacíficos como para reclamarle a la pareja por qué a veces no es dulce con nosotros.

Es una sutil inclinación que, en la vida de casados, nos hace reclamar “pequeñas venganzas” cuando nos sentimos heridos, o como hemos dicho anteriormente, cuando nos percibimos injustamente tratados.  Así, detrás de las situaciones de discrepancias o injusticias (reales o percibidas), en ocasiones fluyen estas emociones que no siempre estamos dispuestos a aceptar o hablar de ellas por lo negativo que dice de nosotros mismos.  Emociones que se expresan hacia nuestros adentros (y a veces externamente) con pensamientos o palabras como las siguientes:

·         “si me hago el/la distante va a sufrir lo que me hizo sufrir” (esta es la definición clásica de venganza)
·         “sólo indignándome es que va a aprender que no puede hacerme esto”
·         “si no le hablo por un tiempo, la próxima vez va a pensar dos veces el equivocarse así conmigo”

Todas estas anteriores son versiones más o menos refinadas de un mismo razonamiento: si dejo descargar mi agresividad va a aprender y no volverá a tratarme con injusticia.  Por alguna extraña razón, el coraje nos hace sentir “maestros” dispuestos a dar una “lección inolvidable” a los demás.  Y en la relación de esposos esta inclinación a convertirnos en “maestro(a)” de nuestro cónyuge no es excepción.

Sin embargo, luego de algunos años de casados, nos vamos dando cuenta cómo muchas de esas conductas que percibes injustas no son otra cosa que límites involuntarios, deficiencias o maneras diferentes de entender un mismo asunto.  O en el peor de los casos, descargas de un corazón que, al igual que el tuyo, también alberga sus sensibilidades que le hacen mostrarse por momentos agresivo.  

Así, la vida va enseñando a la pareja cómo cada reclamo de justicia, vivido con actitud de venganza, lo que logra es alimentar un mecanismo de pequeñas o grandes agresividades que va creciendo en la relación.  Experiencias en las que ambos, en el fondo, son perdedores.  Víctimas y victimarios de un sentimiento de venganza que les engaña con la ilusión de que “si te doy lo que te mereces me quito este coraje de encima”.  Afirmación fuerte (y fea) que pocas parejas en dificultad están dispuestas a reconocer.  Sin embargo, si no deciden a tiempo sanar su camino de esposos, será una afirmación cada vez más presente en su mente y corazón, apoderándose de su relación hasta volverla distante y seca.

¡Cuántas parejas se han acostumbrado a vivir haciéndose constantes y sutiles reclamos, aún en presencia de los hijos!  Cuántas esposas sumidas en la tristeza porque la agresividad que ha descargado en su esposo se ha vuelto hacia ella en forma de rechazo o rencor hacia sí misma: “no soy lo suficiente buena mujer para mi esposo”.  Cuántos esposos sumidos en la tristeza porque la agresividad que ha descargado en su esposa se ha vuelto hacia él en forma de frustración y cansancio: “esta relación no tiene remedio... no hay manera de salvarla”. 

He conocido parejas que han perdido la alegría de vivir juntos, ¡pero ninguno de los dos puede explicar cómo han llegado hasta allí!  Cuando conversas con ellos sólo recibes respuestas genéricas del tipo:

·         “la vida me ha jugado una trastada”
·         “esta relación me ha dado más penas que alegrías”
·         “ya no puedo más con esto”
·         “para mí ya esto se acabó”

Ciertamente, no hay receta para la pareja cuando llega a este punto, pero en gran medida, la respuesta siempre tendrá que ver con la experiencia del perdón.  Y no me refiero a ese esfuerzo habitual que solemos hacer de omitir, disimular o incluso olvidar el coraje.  Con tristeza observo muchos casados que se esfuerzan más en estar bien el uno con el otro, que no hayan “olas” en su relación, que en perdonarse.  Y es que el perdón siempre implica mirar aquello que nos ha hecho sentirnos ofendidos, pero sin imponerme, haciéndome débil, renunciando a hacer valer, a como dé lugar, mis razones.

Las parejas que han vivido suficientes experiencias de perdón descubren cómo, detrás de él (y aunque parezca paradógico), se esconden sentimientos fuertes de un romanticismo que renace, deseos de intimidad que busca más la donación que la posesión.  Y es que el perdón contiene una fuerte inclinación hacia la comunión.

El perdón es alimento para hacer crecer la relación.  Tanto es así que podemos afirmar que quien no ha vivido grandes dosis del mismo, no ha experimentado aún la mayor fuerza del amor conyugal.  Amor que crece y se hace más fuerte, no tanto por los dones y virtudes de los cónyuges, sino precisamente por sus límites y debilidades que invitan al perdón constante.

¿Te atreves a sentarte y recordar, junto a tu esposo(a), las experiencias de perdón en su vida de casados?  Te invito a que lo hagas y descubras en esas experiencias el color y la identidad de tu relación.  Si lo hacen y ven asomarse las lágrimas, sepan que las mismas no son otra cosa que la validación de una alegría que nace del perdón.  Alegría por que han sabido amarse con la fuerza de un amor capaz de reconciliar lo que a los ojos del mundo (en ocasiones algunos familiares, amigos, abogados especialistas en divorcios, incluso algunos consejeros matrimoniales) parecía insalvable.

No sé si coincidimos en esta reflexión... pero gracias por darte el espacio de leerla. 

23 ene 2013

El enojo tiene mucho que enseñarme... ¡de mí!


Seguimos aún hablando sobre el coraje como emoción y su efecto en la vida de pareja.  Ese coraje, enojo... esa ira que llega como resultado de sentirte injustamente tratado(a) por tu pareja.  En esta entrada quisiera limitarme a compartirles algo que hace unos cuantos años leí y que recuerdo con mucha simpatía.  Siempre me ha parecido una manera muy original y clara para ayudar a entender, por constrate, la reacción adecuada o inadecuada que podemos tener ante una situación de conflicto.  Aún cuando no fue escrito específicamente en el contexto de la relación de pareja, me parece que su aplicación al mismo es más que evidente.

Aún cuando el tema es delicado, no se inhibió el autor de dejar escapar su sentido del humor para subrayar los errores tan absurdos que muchas veces cometemos cuando manejamos mal nuestro coraje.  Aquí, en la siguiente tabla, les comparto estas ideas*.  
   
¿Cómo reaccionas cuando sientes coraje en medio de una discusión...?
Reacción saludable
Reacción no saludable
Toma conciencia de tu emoción.  Olvida por un momento la discusión y presta atención a tu reacción emocional.  Pregúntate: ¿qué estoy sintiendo? ¿Turbación (porque sus argumentos son mejores)?  ¿Miedo (porque él/ella está enfadándose)?  ¿Superioridad (porque vas ganando y sabes que él/ella se siente en desventaja?)

Ignora tu reacción emocional.  Al fin y al cabo no tiene que ver nada con la discusión.  O mejor aún (si deseas cometer el mayor de los errores), convéncete de que no te estás alterando en lo absoluto.  Si estás sudando, repítete una y otra vez que es por culpa del calor.  Procura retener la ira en la boca de tu estómago, donde tu mente no puede advertirla.  A fin de cuentas, el sentir emociones durante una discusión intelectual es indigno de tí....

Reconoce tu emoción.  Concéntrate plenamente en la emoción.  Examínala detenidamente, a fin de que puedas identificarla.  Intenta calcular también su intensidad.  Puede que sea ira, ¡y de muy alto voltaje!
Sigue negando tus emociones.  Dí a ti mismo(a) y a los demás, “¡pero si yo no estoy enojado(a)!”  Te será más fácil ignorar las emociones si mantienes tu mente fija en la discusión.  No dejes que tus emociones te distraigan.  Más tarde, cuando tu propio estómago te diga que eres un(a) mentiroso(a), puedes tomarte una “Alka Seltzer”.

Investiga tu emoción.  Si realmente quieres descubrir cosas acerca de ti, pregúntale a tu ira cómo ha llegado hasta allí y de dónde viene.  Rastrea el origen de tu emoción.  No se trata de descubrir todo el “árbol genealógico” de tu actual emoción, pero quizás vislumbres un complejo de inferioridad que nunca habías reconocido, por ejemplo. 

Sigue buscando en tu mente argumentos contundentes.  El que sea más listo y brillante, “se lleva el gato al agua”.  Se trata estrictamente de ganar o perder.  Mantén tu mente en la discusión y no dejes de “buscar la yugular”.
Haz explícita tu emoción.  Ahora limítate a los hechos.  Ni interpretaciones ni juicios.  “Vamos a calmarnos un minuto.  Estoy exaltándome demasiado y estoy empezando a decir cosas que en realidad no quisiera decir.”  Es muy importante no acusar ni juzgar en estos momentos.  No le digas que estás así de enfadado(a) por su culpa.  No le culpes a él/ella, ni siquiera para tus adentros.

Si pierdes por completo la calma y comienzas a ponerte incoherente, ¡échale la culpa a él/ella!  Asegúrate de incluir algún defecto en tu acusación.  Dile, por ejemplo, “¡no se puede discutir nada contigo!”  “¡Eres siempre tan arrogante, prepotente...!”  “¡Nunca escuchas!” (generalizaciones de este tipo siempre son útiles)
Integra tu emoción.  Después de haber escuchado, cuestionado y hecho explícita tu emoción, deja ahora que tu mente juzgue lo que conviene hacer y permite que tu voluntad lo ejecute.  Puedes decir, por ejemplo: “Vamos a empezar de nuevo.  Creo que te he escuchado con una actitud demasiado defensiva.  Me gustaría intentarlo otra vez.”  
Como no has reconocido tu emoción, ¡no tienes nada que aprender de ella!  Mucho menos tienes que integrarla.  Sin embargo, las emociones reprimidas suelen jugar malas pasadas, de manera que retírate dejando la impresión de estar bien ofendido(a).  Tómate un par de aspirinas...  Sigue dándole vueltas al asunto y convenciéndote de lo terco(a) y poco razonable que ha sido él/ella.
(*John Powell, 1997 -adaptado-). 

¿Qué te parece esa columna de la izquierda?  ¿En algún momento de discusión has intentado lo que propone?  Puede que a alguno(a) le parezca muy difícil de aplicar.  En efecto, pudiera serlo.  Sin embargo, existe mucha evidencia que sustenta que es posible reprogramarnos en nuestras maneras de reaccionar emocionalmente.  En gran medida, en esto consiste el acompañamiento que un tercero (como sería el caso de un coach) puede dar a una pareja que necesita ayuda en su comunicación.  Sea porque el contenido de su comunicación es limitado o poco respetuoso.  O sea porque la manera de comunicarse bloquea la fluidez y expresión de los sentimientos.  La idea no es imponernos la perfección como meta en nuestra manera de obrar.  Pero sí tener herramientas que nos ayuden a amar con más paciencia y disposición... ¡precisamente porque no somos perfectos!

Como ya lo están haciendo algunos(as) al presente, te invito a que te comuniques y nos dejes saber tus reacciones al contenido de este blog o si deseas que conversemos sobre alguna de las ideas aquí traídas.  Puedes hacerlo a nuestro e-mail: angelg.coaching@gmail.com      

12 ene 2013

¡Este coraje que me ciega!


Quienes hayan hecho este recorrido conmigo sobre cómo el mundo emocional personal afecta la relación de pareja, posiblemente se esté cuestionando cómo es posible que hayamos dejado de lado una emoción que es tan importante.  No podemos afirmar que es la emoción que más negativamente impacta la relación de pareja.  Quizás para algunos sí lo sea.  Pero en definitiva, la ira, el enojo, la furia o el simple enfado es una emoción que se vive con alguna frecuencia en la vida de pareja y que impacta su calidad, fluidez y profundidad.  Y digo esto porque difícilmente puede crecer en calidad y profundidad una relación de pareja entre continuas luchas y descargas de coraje del uno hacia el otro.  Pero lo digo además porque cada enfado y coraje, bien vivido, puede ser ocasión propicia y privilegiada para que la pareja madure su manera de comunicarse y sobre todo, su compromiso de expresarse y acogerse también a nivel emocional... no sólo a nivel racional o espiritual.

Demos una primera mirada al origen del enojo o la ira.  Siguiendo el recorrido que hasta ahora hemos hecho con las otras emociones que hemos visto aquí, digamos que el pensamiento que suele desencadenar el sentimiento de la ira es la percepción, certeza o convicción de haber sido tratado(a) con INJUSTICIA.  Pregúntate, esposo(a), si las veces en que te has sentido enojado(a), enfadado(a), irritado(a) o molesto(a) con tu esposo(a) no ha sido porque te has sentido injustamente tratado(a).

Y aquí entra toda una gama de pequeñas o grandes injusticias percibidas:

·         No me ayudas con los quehaceres del hogar
·         Gastas más dinero de lo que me parece razonable
·         Decides asuntos importantes sin contar conmigo
·         No asumes el mismo nivel de responsabilidad que asumo yo con los hijos

Pero también pueden ser injusticias percibidas de una manera más sutil:

·         No eres tan delicado(a) conmigo como lo soy contigo
·         No demuestras la misma disponibilidad que te demuestro yo para la intimidad
·         No me dedicas el mismo tiempo de escucha que te dedico yo
·         Respondes con más premura a las necesidades de tus padres que a las mías

Fíjate que detrás de todo enojo hay una percepción de injusticia.  Una valoración que haces que te lleva a concluir que, en el balance de esfuerzos, atenciones, decisiones tomadas o prioridades atendidas, no hay equilibrio.  Sientes que estás perdiendo más de lo que ganas... o de lo que estás dispuesto(a) a perder... o de lo que te reconoces capaz de aguantar.  Esto explica en gran medida porqué es tan difícil dialogar en medio de un enojo mutuo en la pareja, cuando ambos están seguros de reclamar ser el(la) más injustamente tratado(a).  Esto explica muchas de las expresiones que uno suele usar con la pareja cuando está enojado(a), con coraje o (por qué no decirlo), lleno de ira.  

Miremos las siguientes expresiones, en qué suele consistir la percepción de injusticia en cada una de ellas y algunas preguntas que bien pudieran ayudarte a mirar con una perspectiva más amplia tu coraje:

Expresión
Sentimiento de injusticia
Pregúntate si...
¡Contigo no se puede hablar!
(Eres injusto porque no me escuchas.)
¿Escuchaste tú primero?  Cuando escuchamos primero, sosegadamente, asumimos la emoción del otro y estamos en mejor condición de liberarlo(a) del coraje (damos aire sicológico).

¡Para qué te voy a decir las cosas si como quiera te vas a enojar!
(En mis discusiones contigo siempre pierdo y no es justo que sea así.)
¿Has estado dispuesto(a) antes a “perder”... aunque sea una sola vez?, ¿o el orgullo te lo impide?, ¿estas dispuesto(a) a aceptar que tu error pudo haber causado una situación de injusticia hacia tu cónyuge?

¡Claro, como tú no eres quien resuelve las necesidades de los niños! (Podemos sustituir aquí “los niños” por cualquier otra realidad de la vida de pareja: cocinar, trabajar, atender a un padre enfermo, soportar a un jefe incompetente, etc.)
(Me siento solo(a) atendiendo esta situación... no puedo contar contigo y no es justo.)
¿Has conversado con tu esposo(a) sobre cómo te sientes ante esta situación?, ¿le has pedido su colaboración?, ¿le has dicho cómo puede ayudarte?  Estas sugerencias puedes aplicarlas, pero cuando estés sosegado(a).  En medio de un enojo pudieran ser ocasión para aumentar el coraje.   
     
La ira es una de las emociones más dañinas en la vida de pareja.  Pero a su vez, existen muchas modalidades de comportamientos que ayudan a manejarla de manera saludable y creativa.

Claro, lo primero que hay que maduramente aceptar es que no nos vamos a deshacer totalmente de ella.  La ira es una emoción desarrollada como respuesta, en el ser humano, a través de millones de años.  Tiene una gran importancia como instinto de supervivencia y como fuerza de empuje ante los obstáculos que se presentan en la vida.  Como toda emoción, no puede ser valorada únicamente desde el punto de vista negativo.  De hecho, no vivimos en un mundo perfecto carente de injusticias.  La vida de pareja, con mucha frecuencia, se nos presenta llena de injusticias reales (no percibidas).  La ira bien enfocada y vivida es oportunidad para sacar las fuerzas que nos permiten llamar a las injusticias por su nombre e invitar a la pareja a vivir en un nivel mayor de atención y generosidad.  Confrontar la ira con más ira puede ser muy dañino para la relación de esposos.  Pero también lo puede ser el no tener el coraje de “llamar las cosas por su nombre” y no dejarle saber a nuestro(a) esposo(a) aquellos sentimientos de molestia que tenemos y que legítimamente nos parecen creados por una real injusticia en la relación. 

La vida de casados es compleja y llena de sensibilidades mutuas que se tocan constantemente.  Aceptar esta realidad es un paso imprescindible para continuar perseverando en ella y apostando a que el amor todo lo puede, todo lo alcanza y todo lo transforma. 

En unas próximas entradas continuaremos hablando sobre el origen y manejo del coraje en la relación de esposos.