Aún cuando ha pasado algún tiempo
desde nuestra anterior entrada al blog, deseo poder continuar con ustedes
aquella reflexión ya comenzada. En
efecto, nos hemos planteado la misma pregunta en las últimas dos entradas, ¿cómo
se manifiesta una vida espiritual estancada, conformista, tanto a nivel
personal como en su repercusión en la experiencia de pareja? Quisiéramos continuar aquí con algunos
esbozos de respuesta a esta pregunta, siempre animados por el deseo de
reconocer posibles dinámicas que pudieran estar limitándonos en nuestra vida
personal y de esposos.
Con frecuencia vemos que una vida
espiritual estancada (aún cuando parezca una contradicción), suele manifestarse
como una vida llena, ocupada... ¡casi desesperada! Parecería que cada segundo es ocupado por alguna
actividad, idea, preocupación, pensamiento o urgencia. Esto a pesar de que no necesariamente nos sentimos
satisfechos con tantas ocupaciones, llamadas, entradas a redes sociales,
trabajos, compromisos con los hijos, los padres, los amigos... Y en esa casi desesperada ocupación, con
frecuencia, nos llevamos a nuestro(a) esposo(a) por delante: “por que no
avanzas”, “mira que llegamos tarde”, “busca tú a los niños que yo te alcanzo
después”, “compra algo de comer antes de llegar que a mí no me da el tiempo...”,
“estoy muy cansado(a)... encárgate tú de los niños” (sin considerar el
cansancio del otro), “haz tú según mejor creas... hablamos de eso en otro
momento”.
Ciertamente, la velocidad y la
contínua ocupación parecen ser características del mundo que nos ha tocado
vivir. Es un idealismo infantil
pretender abstraernos de esta realidad.
Sin embargo, vale la pena que te preguntes: ¿qué significa para mí estar
ocupado(a)? ¿Cómo vivo mi ocupación
constante? En lo profundo, ¿estoy alegre
con mi ocupación?, ¿siento que voy avanzando hacia donde deseo ir, a nivel
personal y con mi pareja? O esta pregunta
clave que dice: ¿siento que voy donándome con cada ocupación?
Un primer peligro para quien siempre anda en ocupación constante y sin sentido es confundir lo que hace con lo que es. Te invito a que pienses bien y a tiempo este peligro. No esperes estar cerca de la edad de retiro, o cuando ya los hijos se han ido del hogar realizando sus propios proyectos, para darte cuenta que no sabrías cómo vivir sin tus contínuas ocupaciones. Un segundo peligro se manifiesta más a nivel de la pareja. ¡Cuántas parejas confunden su ser uno con su hacer juntos! Viven tantos años llenos de actividad, sobre todo en atención a sus hijos... sin embargo, con el tiempo, se dan cuenta (en el mejor de los casos) que en el camino perdieron aquello que en un inicio les unía, más allá del hacer juntos. Suelo decir que estas parejas, más que en esposos, se convirtieron en “compañeros de trabajo” para la crianza y el sostenimiento de los hijos... ¡y lo peor del caso es no haberse dado cuenta!
¡Cuántos peligros detrás de una
vida excesivamente ocupada... pero vacía!
Se cuenta que en una ocasión, un sacerdote fue a ver al gran sicólogo suizo
Carl Jung. En su visita le expresó su
cansancio, pues trabajaba cerca de catorce horas diarias, aunque apenas podía
dormir. Al concluir su descripción de la
vida tan agitada que llevaba, Jung le pidió que se esforzara en trabajar sólo
ocho horas diarias. Luego debía
marcharse a su casa, cenar y retirarse a descansar para estar con él
mismo. La próxima semana el sacerdote se
dedicó a trabajar solo ocho horas. Cuando
llegaba a su casa, cenaba y se retiraba a su habitación. Algunas noches las dedicaba a escribir cartas
a sus amigos, otras las dedicaba a escuchar música clásica y descansar. Al volver a su otra cita con el psicólogo, en
la tercera semana, le contó lo que había hecho.
Sin embargo y a pesar de sus esfuerzos, tuvo que reconocerle que no
había podido reconciliar el sueño. El
sicólogo Jung le reclamó, “yo no le dije que se retirara a escuchar música o
escribir cartas. Le dije que se retirara
a estar con usted mismo”. El sacerdote,
un tanto molesto le replicó: “yo no puedo estar tanto tiempo solo, sin hacer
nada ni estar con nadie”. A lo que Jung
le respondió: “¡no soportas estar contigo unos minutos y pretendes que otras
personas te aguanten por catorce horas al día!”.
No tengo certeza de la veracidad
de cada detalle de esta anécdota. No
obstante, su relato encierra una gran verdad para nuestra vida personal y de esposos. A nivel personal es más que evidente que una
vida excesiva y contínuamente ocupada, sin espacios de reflexión (y para el creyente,
de oración) que promuevan un crecimiento interior, se empobrece. A nivel de pareja, ese mismo exceso de
ocupación que no permite espacios para renovar (incluso en el silencio) el ser
uno en el otro, provoca la pérdida de aquellas huellas más delicadas que
señalan el camino hecho juntos, la vida que se integra en una... ¡puede
provocar incluso la pérdida de la identidad de pareja!
En un mundo orientado al consumo,
donde hasta la dimensión espiritual de la vida es cosificada, el estar ocupado sin
un sentido puede convertirse en tentación de encerrarnos en nuestro mundo de
deseos, disfrutes, egoísmos, preocupaciones o sufrimientos impenetrables. ¿Y qué decir de la pareja? Desde esa torre de marfil personal es bien difícil
construir la comunión de almas que hace de la experiencia de casados una capaz
de orientarse hacia el bien, aún en medio de los peores ajetreos de la
vida.
Hemos hablado de una vida
excesivamente ocupada, pero... ¿y qué decir de una vida excesivamente
preocupada? En nuestra próxima entrada
al blog hablaremos un poco de esto.
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